Un país con un sistema educativo como motor de transformación social es más consciente y comprometido con el bien común. Por eso, además de un derecho y una responsabilidad compartida, es un bien público para toda la sociedad.
En un sistema educativo diseñado en el s. XIX que fomenta la competitividad entre alumnos y entre escuelas, en vez de la cooperación y la colaboración entre los diferentes agentes educativos, deberíamos al menos exigirle unas condiciones que garantice herramientas al alumnado para transformar las condiciones de sus propias vidas, a través de un escenario que abarque tanto el guion curricular, como la perspectiva social y profesional.
La responsabilidad de transformar la sociedad y el sistema es compartida por todas las personas. Para ello, no sólo es fundamental el acceso a una educación de calidad en todos los niveles, sino que ésta debe generar conciencia en los jóvenes, con el fin de ayudarles a conocerse a sí mismos: sus posibilidades, sus limitaciones, sus gustos académicos, así como la profesión futura que quieran ejercer.
Porque únicamente de esta manera, los jóvenes adquirirán un conocimiento propio sobre ellos mismos en base a su experiencia, para así poder tomar las decisiones adecuadas alcanzando el máximo desarrollo personal, social y académico dando lugar a la transición lógica de alumno a ciudadano libre y autónomo, a través de la educación como motor de transformación social.
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